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miércoles, 15 de abril de 2009

Mandala para Anita

A veces me lleva tiempo conectar con el Alma de la persona para sentir cómo o por dónde empezar su mandala...
En tu caso en cambio fue casi instantáneo.
El mismo día que me hiciste el encargo de tu mandala personalizado, una vez anotados tus datos, enseguida percibí dos elementos muy claros:
- Un primer círculo con un mandala de radiación 10 en el centro, pero desdoblado en cinco por delante y otros cinco por detrás.
- Una corona circular con un mandala de radiación 37 envolviéndolo.

Ese diez inicial me hablaba desde ese instante de la necesidad de volver al centro en cada oportunidad, en cada vuelta y revuelta de la vida cotidiana. Algo que a todos nos conviene recordar.
Pero a la par eso de formarlo con 5 y 5, pese a derivarlo del 37 (3+7=10)… llamó mi atención. Parecía sugerirme notas de dualidad y una necesidad de integración aún no realizada.
La corona envolvente y multitudinaria, puede dar indicios de tu fuerza transmisora y comunicadora, de tu espíritu abierto a la colectividad.

De modo que el inicio del mandala no tenía duda. Hice los cálculos, y elaboré primero en papel vegetal los trazados geométricos básicos para su construcción, tal como suelo hacer ahora en la mayoría de mis mandalas.
Para desplegar sin estrecheces esos treinta y siete radios, el tamaño del papel requería prescindir de mis tacos pequeños de papel encolado y arriesgarme con un tamaño más grande que sólo encuentro en hoja suelta, aunque pareciera más engorrosa de manejar.

Ya tengo todo listo para comenzar. Cierro los ojos y dejo que la intuición guíe a mi mano izquierda, mientras la derecha reposa sobre mi corazón, para elegir los colores sin mirar, libre por tanto de condicionamientos visuales y mentales.
Me dejo sorprender. Para cada zona del mandala, repito la operación.
Azules y violáceos, verdes, rojos y anaranjados van encontrando su lugar y su espacio en la danza de las formas que sobre la estructura geométrica van brotando.
Los tonos tierra y sepia, se empeñan en delimitar la flor central, la de los diez radios. Me sugiere la idea de un diafragma, un gran ojo divino que se abre y se cierra ante la afluencia de información. Los 37 pétalos semejan entonces todo un enorme iris ocular.
A medida que avanzo esa envoltura parece respirar y palpitar. Se me vuelve como un ojo vivo que asoma a otra realidad.
Parece reseñable esa impresión de ojo que mira. Acaso un reflejo proyectado del Yo Superior que nos muestra cómo aprender a mirarlo todo con apertura divina, sin juzgar, libres de cualquier opinión o intervención.

Hay otro tipo de observaciones que también cabe anotar.
Por ejemplo, mientras trabajo en tu mandala, el orden en mi mesa de trabajo y en mi entorno se instala de un modo tan fácil y natural que me sorprende.
Amo el orden, pero mi tendencia al despliegue y la abundancia solía ponérmelo más bien difícil de instaurar y mantener.
De algún modo he creído sentir que el orden y la armonía son tan habituales en ti que al canalizar tu mandala afloran también en mí facilitándome su logro sin exigencias ni imposiciones, de un modo flexible y agradable.

Bonita lección: lo que se hace con armonía y gratitud no necesita esfuerzo aunque sea trabajoso.
Mucha laboriosidad, sí cuando así se requiere, pero dejando fluir, no hace falta forzar ni esforzarse y las cosas surgen, brotan y salen.
Todo es perfecto tal como ya es, cuando nos abrimos al Ser aún a través de la apariencia.

Durante semanas enteras la dedicación discurre envuelta entre sombra y luminosidad, manteniendo el equilibrio y el contraste precisos.
Poco a poco, con el final del otoño, voy terminando tu mandala arropada por el tiempo de adviento que nos trae los ecos de Espíritu de la Navidad. Y bendigo con él ese halo decembrino que nos dispone a envolverlo todo de Amor y Paz.

Luz y sombra, fríos y cálidos, iris y diafragma, fuego de agosto y nieve de diciembre, todo ello está presente en tu mandala, haciendo eco acaso de la Totalidad que también tú emanas…

Gracias por confiar en mí y encargarme tu mandala personal. Me has brindado la oportunidad de explorar, experimentar y descubrir la parte de Dios que tú particularmente expresas, y que a través de tu mandala surge y se manifiesta.
He procurado revelarlo con la máxima transparencia. Pero eso no logra evitar que el resultado quede impregnado de mi propia forma e interpretación, así como de la técnica y estilo artísticos que me caracterizan.
Amor y Gratitud siempre, junto a los colores, pinceles y demás materia prima…

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